Han vuelto a matar. Alimañas miserables. De la manera más cobarde, atacando a traición; mostrándose fuertes con el débil, porque en realidad cada día son más débiles. No podía ser de otro modo. Yo no les tengo miedo. Toda forma de terrorismo fracasa cuando se vuelve incapaz de engendrar miedo y, en ese sentido, en lo que a mí respecta, ETA empezó a fracasar en el momento en que muchos decidimos gritar “Basta ya”, siguió fracasando con el episodio de Miguel Ángel Blanco y vio consumado su fracaso, de manera indirecta, con los atentados del 11-M (en este último caso por culpa de otros). Con el tiempo, el miedo se ha ido convirtiendo en anhelo de justicia y en espíritu de lucha: a esta gentuza no hay que temerla, sino combatirla, hacerles frente. Nunca medraron los bueyes, en los paramos de España. Con la violencia, con la extorsión, podrán quebrantar las voluntades de quienes hacen de lo material su razón de ser, pero nunca tendrán nada que hacer frente a las gentes de bien que guían sus vidas en base a unos principios de bondad y justicia, unos valores eternos y universales. Sus balas traicioneras podrán seguir rompiendo nuestros más bellos cristales, pero todas esas balas juntas no nos arrebatarán jamás la luz de un nuevo día: el sol no está a su alcance.
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"...Vamos, poema de amor, levántate de entre los vidrios rotos, que ha llegado la hora de cantar.
Ayúdame, poema de amor, a restablecer la integridad, a cantar sobre el dolor.
Es verdad que el mundo no se limpia de guerras, no se lava de sangre, no se corrige del odio. Es verdad.
Pero es igualmente verdad que nos acercamos a una evidencia: los violentos se reflejan en el espejo del mundo y su rostro no es hermoso ni para ellos mismos.
Y sigo creyendo en la posibilidad del amor. Tengo la certidumbre del entendimiento entre los seres humanos, logrado por los dolores, sobre la sangre y sobre los cristales quebrados."